Ecopsicologia
ecologia espiritual

Nutrición «sin matanza» y niños M.A.Shtil

La transformación de uno mismo en amor y la reconsideración de todos los principios de la vida desde el punto de vista del amor es la esencia de la transformación espiritual, no sólo en el caso de los adultos, sino también de los niños.

En este artículo quiero hablar de un aspecto del amor tal como es la compasión, lo que necesariamente implica el cambio a la nutrición «sin matanza» motivada por razones éticas.

Recuerdo cómo, recién habiendo leído el libro de Dr. Antonov Cómo conocer a Dios [6] y habiendo aceptado por completo todo lo escrito en él, empecé a reexaminar inmediatamente todo mi «sistema de valores». Uno de mis primeros pasos fue cambiar a la nutrición «sin matanza». Yo estaba sobre todo conmovido ¡por el hecho de que en mi vida había yo mismo contemplado este tema!

Al comprar productos a base de carne y pescado todos sabemos que no se cultivan en lechos de jardín. Para nadie es un secreto que son cuerpos de animales muertos.

Cuando oímos hablar del asesinato de alguien exclamamos aterrados: «¡Cómo es posible arrebatarle a alguien la vida! Después de todo, es sagrada». O si alguien mata a un perro o un gato, de nuevo nos indignamos: «¡Ah, es un monstruo!».

Entonces ¿por qué todos aceptamos tan fácilmente el asesinato de otros animales? Por mucho tiempo no pude entenderlo: ¿por qué no nos duele?

Intentando responderme esta pregunta me di cuenta de que es sólo un estereotipo, un patrón de pensamiento que protege a la mente de todo el horror de este problema. Es como si la mayoría de gente llevara «anteojeras» en sus ojos.

Desde la primera infancia, cuando los padres dan a sus hijos los primeros conceptos sobre el mundo, dicen: «El roble es un árbol, la rosa es una flor, la hierba es verde, la carne y el pescado es comida». Y, quizá, esta información muy básica que el niño recibe de los padres, se convierte en un axioma que no requiere confirmación. Esta información se convierte en una base sólida sobre la que los niños construyen sus relaciones con el mundo.

Cuando, ya siendo adulto, por fin me di cuenta de qué crimen he estado cometiendo toda mi vida con los animales, me conmoví hasta llorar. En realidad ¡yo no era una persona sin corazón! ¿Cómo iba a permitir que sufran a causa de mis caprichos gustativos?

Y estoy seguro de que esta información puede y debería serles dada a los niños desde edad temprana. A los niños, por supuesto, no se les puede obligar a cambiar a una dieta «sin matanza». Basta tener de vez en cuando conversaciones con ellos sobre este tema, sin llegar a aburrirles. Mi propia experiencia muestra que no hace falta forzar a su hijo a hacer esto. En efecto, si los propios padres se adhieren a estos principios éticos, si viven de acuerdo con el principio del amor, entonces su hijo asume de forma natural la mayor parte estas normas de comportamiento, a través del mecanismo de la imitación. Educar con nuestro propio ejemplo es la forma más eficiente de educación.

Cuando yo mismo cambié a una alimentación «sin matanza» de inmediato expliqué a mi hija de 4 años por qué lo hice.

Le expliqué en una forma aceptable para ella de dónde salen la carne y el pescado. Y a qué tortura someten a vacas, cerdos y pollos; cómo un pez sufre cuando primero es enganchado con un fuerte anzuelo y luego, ya capturado, se ahoga y muere…

Y mi hija, pese a ser pequeña, entendió y aceptó todo lo que le expliqué. Por supuesto, al principio no pudo atenerse a este principio del todo. A veces se olvidaba de su decisión; y en la guardería sin duda nadie podría dedicarse a preparar sus comidas especiales. Esto es normal; no hay que exigirle lo imposible a un niño.

Pero a medida que mi hija creció, al reflexionar sobre este tema tras conversaciones conmigo y otros adultos —ya en edad escolar— aceptó por completo este concepto ético en su vida como si se hubiese vuelto parte de su propia filosofía.

A veces los niños, y no sólo niños, plantean la pregunta: «Después de todo, nosotros no matamos animales. ¿Cuál es nuestra culpa?».

Recuerdo cómo en mi niñez alguien me leyó una historia de la literatura clásica rusa sobre una emotiva mujer que presenció cómo mataron a un cerdo para comer. Conmocionada, se desmayó. Pero a la noche del mismo día con gusto se comió su carne. En ese momento desprecié a esa mujer ¡y estaba muy orgulloso de no ser como ella! ¡Qué golpe para mí comprender, ya mayor, que yo no era diferente de ella!

Yo no maté animales con mis manos pero entendí que era culpable mucho más que cualquier cazador que mata a su presa de un disparo. Porque para que los alimentos aparezca en mi mesa los animales han tenido que pasar por una «fábrica de muerte», inhalando el olor de la sangre de sus congéneres y esperando con horror su propio atroz final.

En verdad todos nosotros, al comprar carne o productos pesqueros en la tienda, damos así nuestro implícito permiso al asesinato, a la dolorosa muerte de los animales…

El problema del amor-compasión es el primero que debemos resolver por nosotros mismos si queremos acercarnos a Dios tanto como para poder conocerle. La persona que acepta, desde la primera infancia, la ley del amor hacia todo lo viviente, la ley del amor, que incluye, entre otras cosas, el principio de la compasión y de no causar daño a nadie, se mantendrá en el Camino del Amor más firmemente y llegará en él mucho más lejos*.

 

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